miércoles, 8 de febrero de 2012

CARLOS REYGADAS Y LA SUBLIMACIÓN DE LA VIOLENCIA A TRAVÉS DEL AMOR Y LA MUERTE.




“Queríais su alma y habéis destruido su cuerpo”

Roma, città aperta- ROBERTO ROSSELLINI (1945)




Photo: Carlos Reygadas (Ciudad de México,1971)


Uno de los primeros directores interesados en el germen y análisis de la violencia humana ha sido duda; R. Rossellini. Su gran obra maestra Roma, ciudad abierta (1945), inauguraba no sólo la nueva escena del cine contemporáneo, sino que además se interpretaba como una denuncia ante la despiadada e irrefrenable crueldad humana. Planos de violencia explicita (que recuerdan a S. Eisenstein, en El acorazado Potenkim, 1925.), interminables secuencias de tortura y hasta un disparo inesperado en presencia de un niño inocente…se muestran como imágenes contextualizadas en el marco del fascismo italiano. Un periodo represor y salvaje que también interesó a otro creador italiano; Pier Paolo Pasolini, figura controvertida del cine y seguidor confeso del Marqués de Sade, Saló o los 120 días de Sodoma (1975) es una buena muestra de todo ello. Decía Pasolini que el capitalismo acabaría con el mismo hombre, profetizando sin temblor “la pérdida de la singularidad humana”. Una pesadilla en la que el hombre termina por devorar a los suyos, como un Laocoonte a sus hijos. Me pregunto si hay una imagen más terrible. Mientras, todavía guardo en mi retina la mirada sangrienta de Charlotte Gainsbourg en Anticristo (2009) de Von Trier, dónde esa mujer y madre se refugia en el sexo, como queriendo aligerar la pesada carga que supone la muerte de un hijo. Una oscura sublimación que ya nos mostrara, Luís Buñuel en La Edad de Oro (1930) con la famosa escena del filicidio, dónde después del éxtasis bucólico unos padres celebran la muerte de sus hijos. Puro surrealismo y una vuelta más de tuerca, a esa sugerente "relación entre el amor y la muerte" (J.A. Ramírez, Marcel Duchamp, el amor y la muerte incluso. Siruela 2006). Interesantísima conexión que también despertó los instintos de Marcel Duchamp, el artista absoluto del dadaísmo.



Photo : Japón (2002)



En la filmografía de Carlos Reygadas parece que todo esto que sucede de forma sigilosa, casi sin darnos cuenta oculto, tras una cotidianeidad abrumadora y a ratos insoportable, que provoca que también los personajes rompan esa rutina de la forma más dramática. Precisamente en Japón (2000), el cineasta mejicano reflexiona acerca de la rutina de las ciudades, las tensiones, el tráfico, el asfalto, el vacío… introduciéndonos de lleno en un periplo existencial, que lleva al protagonista hacía un pueblo perdido con la intención de suicidarse. La música de Bach, Shostakovich y Arvo Pärt, le acompañará a modo de réquiem y marcarán el ritmo durante toda la película.
No debemos obviar la pasión de Reygadas por la música. Ni tampoco su predilección por la exaltación del paisaje y los sonidos de la naturaleza. Dónde se recrea como lo haría el mismo Andréi Tarkovski, en una magnífica fotografía, unos hermosos planos secuencia y unos sonidos en fuera de campo que nos sugiere mucho más de lo que podríamos ver. Como sucede en la escena de caza; el desgarro del animal nos llega hasta lo más profundo del alma. Y con esto, una vez más podríamos establecer relaciones con otro cineasta Michael Haneke, que con la muerte de los animales en su películas, nos está alertando de la presunta normalización de la violencia en la sociedad actual. Una furia que ambos canalizan a través del sexo, Haneke lo hizo en La pianista (2001) y Reygadas lo consigue en Batalla en el Cielo (2005). Dónde una felación explícita se encarga de introducirnos en la anodina vida de un chófer que con ayuda de su mujer secuestran a un niño que desgraciadamente muere .Ni su esposa, ni su amante-prostituta conseguirán que supere toda la culpabilidad que le atormenta, a pesar de ampararse en el hedonismo como salvación.


Photo: Batalla en el cielo (2005).

El sentimiento de culpa vuelve a ser fundamental en Luz silenciosa (2007). La influencia de Carl Theodor Dreyer (Ordet, 1955) no se oculta, no sólo se encuentra en lo netamente visual sino que va más allá, percibiéndose tanto en lo puramente conceptual como de alguna forma, en la psicología de los personajes y el argumento entorno a un triángulo amoroso en el interior de un matrimonio que pertenece a la comunidad de menonitas mejicanos (incluidos en el protestantismo). El peso de la religión, la cultura y la tradición, como subyugadores de las pasiones y el origen de todo malestar, que diría Freud (El malestar de la cultura, 1929).

Muy bien perfilada toda la película (carencia importante de las dos películas anteriores, que divagaban en exceso) su fotografía vuelve a ser preciosista, mostrándonos definitivamente, al gran director que es el mejicano Carlos Reygadas. Nos quedamos con esa secuencia bajo la lluvia, el dolor en silencio y la feminidad absoluta. Una vez más el amor y la muerte como principio y fin.
Artículo publicado por Esther González Couso.

Photo: Luz silenciosa (2007)