miércoles, 4 de noviembre de 2009

HOMENAJE AL HOMBRE QUE UN DÍA SE AFEITÓ EL BIGOTE














R.I.P.

JOSÉ LUIS LÓPEZ VÁZQUEZ (Madrid, 11 de marzo de 1922 – Madrid, 2 de noviembre de 2009)



LA PRIMA ANGÉLICA (1974) Dirigida por Carlos Saura






FILMOGRAFÍA SELECCIONADA :

- Novio a la vista (1954)- Dir. José Luis García Berlanga.
- Jueves, milagro (1957)- Dir. José Luis García Berlanga.
- El pisito (1959)- Dir. Marco Ferreri.
- El cochecito (1960)- Dir. Marco Ferreri.
- Vamos a contar mentiras (1961)-Dir. Antonio Isasi-Isasmendi.
- Plácido (1961)- Dir. José Luis García Berlanga.
- Atraco a las tres (1963) - Dir. José María Forqué.
- El verdugo (1963)- Dir. José Luis García Berlanga.
- Peppermint Frappé (1963) - Dir. Carlos Saura.
- Vivan los novios! (1970) - Dir. José Luis García Berlanga.
- El jardín de las delicias (1970)- Dir. Carlos Saura.
- El bosque del lobo (1971) - Dir. Pedro Olea. - Mí querida señorita (1972)- Dir. Jaime de Armiñán.
- La cabina (1972) - Dir. Antonio Mercero.
- Habla mudita (1973)- Dir. Manuel Gutierrez Aragón.
- La prima Angélica (1974) - Dir. Carlos Saura.
- La escopeta nacional (1978) - Dir. José Luis García Berlanga.
- La miel (1978)- Dir. Pedro Masó.
- Mamá cumple cien años (1979) - Dir. Carlos Saura.
- Patrimonio Nacional (1981) – Dir. José Luis García Berlanga.
- La colmena (1982)- Dir. Mario Camus.
- Nacional III (1982)- Dir. José Luis García Berlanga.
- La corte del faraón (1985) – Dir. Jose Luis García Sánchez.
- Mi General (1987) – Dir. Jaime de Armiñán.
- Moros y cristianos (1987)- Dir. José Luis García Berlanga.
- Esquilache (1989) – Dir. Joaquín Molina.
- Todos a la cárcel (1993) – Dir. José Luis García Berlanga.
- Luna de Avellaneda (2004)- Dir. Juan José Campanella.

miércoles, 15 de julio de 2009

PRESENTACIÓN Y NUEVA ENTREGA DE AZUL ELÉCTRICO - CULTURA SUBTERRÁNEA " Una realidad habitada de poesía"







El jueves 16 de julio, dentro de las actividades y conciertos de León es +, la publicación cultural leonesa azul eléctrico regresa a la actualidad presentando una nueva entrega dedicada estrictamente al terreno poético. Ámbito olvidado y muchas veces denostado por la prensa mayoritaria y que azul eléctrico quiere volver a colocar en el centro de la pista en tiempos de inseguridad. Un recorrido éste que abarca la fotografía, el pensamiento contemporáneo, la música popular, el cine más vigente y la literatura del presente. Nombres como Bachelard, Nietzsche, Heidegger o la emoción matemática conviven, en un mismo espacio, con la emoción de Jeff Buckley, The Smiths, Anthony and The Johnsons o los Magnetic Fields. Además de dejar un hueco para una nueva sección dedicada a la crítica musical actual y las reediciones. Un espacio que se complementa, también, con breves ensayos sobre la imagen o la arquitectura en el cine, el Dead Man de Jarmusch, figuras clásicas como Jean Cocteau o cintas recientes como El luchador de Aronofsky; no olvidando tampoco a Poe en el celuloide o títulos más que reivindicables como La casa es negra de Forugh Farrokhzad . A ello hay que sumar el peso específico de lo literario, con una entrevista en exclusiva a Enrique Vila- Matas donde ahonda en el ámbito de lo poético y su conexión con la vida. Y, claro, no podían faltar creaciones poéticas inéditas creadas en exclusiva para azul eléctrico, en las que se profundiza en su sentido último, sus límites y asideros. Un viaje atractivo en una monografía (“Una realidad habitada de poesía”) que intenta transitar por algo tan puramente indefinible como la poesía.


CITA: jueves 16 de julio a las 22:30 en los Jardines del Cid (León)

Más información:

info@azulelectrico.es






jueves, 2 de julio de 2009

Samira Makhmalbaf: A las cinco de la tarde, cuando todo lo demás era muerte.





“El arte se produce cuando la realidad de la tierra hace el amor con la imaginación del artista”

S. Makhmalbaf



El cine Iraní se construye a base de poesía, silencios y paisajes vacíos. De miradas que dicen más que cientos de palabras, de honestidad desnuda y salvaje. Como escribía Lorca en el Llanto por Ignacio Sánchez Mejías: “A las cinco de la tarde….Lo demás era muerte y sólo muerte, a las cinco de la tarde”. Pero, ¿acaso el sufrimiento, la injusticia y el miedo no son sentimientos universales?
Con estos versos inicia y concluye Samira Makhmalbaf, su película A las cinco de la tarde (2003), con un plano y un contraplano de la misma escena. Tal vez la cara y la cruz de la realidad que vive su pueblo.
Nacida en Teherán (1980), Samira es actualmente la joven promesa del cine de su país. De llamativa belleza, concentrada en unos enormes ojos, su espíritu subversivo, a menudo incomodo, le llevó a abandonar la escuela con tan solo catorce años. Sus profesores unicamente le ofrecían preguntas con respuestas preestablecidas y ella quería ir más allá. El cine le concedería el privilegio de explorar las dificultades de su contexto, así como las zonas limítrofes como Irak o Afganistán: Cómo bien decían ella y su padre, el respetado cineasta Mohsen Makhmalbaf: “Si existen Médicos sin Fronteras, ¿porqué no han de existir los directores sin fronteras?”.

Salvando las distancias, se la ha comparado con Sofía Coppola y es que ambas pertenecen a esa elite de mujeres que combinan a la perfección la sofisticación con lo intelectual. No obstante a Samira se la ha calificado con los términos como “Disarmingly Chic”, algo así como el “chic apaciguador”, en el que por ejemplo, armoniza la manicura y el maquillaje, con la tradicional “Hijab” negra. Para combatir, suponemos, por unos valores esperanzadores, que entienden la cultura y la educación como la única tabla de salvación social. Y es que, según sus palabras, “La democracia no se puede crear con acciones militares”. De ahí que la alusión a la enseñanza sea una constante a lo largo de su filmografía. En La Pizarra (2000), narra la historia de unos maestros en busca de alumnos a través de las montañas del Kurdistan, donde se establecerá un hermoso paralelismo entre las pizarras que portadan a sus espaldas y que les hará parecer pájaros que huyen de la repentina presencia de los aviones. ¿Pero hacia dónde escapar? ¿Qué caminos han de seguir? Los personajes de Samira deambulan, atravesando caminos hacia ninguna parte. Un matiz pesimista, que también se encuentra en A las cinco de la tarde. Rodada en Kabul, nos presenta el momento que sucedió a la intervención de EEUU y la caída del régimen Talibán. Un periodo en el que mas de un millón de personas sin hogar regresan a la capital afgana, provenientes de Pakistán o Irán con la esperanza de hallar una situación mejor y que se encontran con la obligación de vivir en una ciudad en ruinas, en el corazón de uno de los países mas pobres del mundo.

Pero lejos de buscar culpables y predisponer juicios acusatorios Samira Makhmalbaf, nos revela un relato convincente en el que se aprecian las insoldables diferencias generacionales. Los ancianos son victimas de unos valores que les impiden consideran de alguna manera a las mujeres, de hecho ni siquiera mirarlas. El periodo talibán les ha marcado profundamente como veíamos en la película Osama (2003) de Siddiq Barman.

Las mujeres que ahora pueden ir a las escuelas, viven entre la desconfianza y el recelo hacia lo masculino, pero anhelan la posibilidad de crear un mundo mejor pese a portar un bebe agónico entre sus brazos.
Como en su primera película La manzana (1997), donde de nuevo nos habla de la opresión familiar hacía la mujer. A Nogreh, la protagonista, su padre no la deja ir a la escuela, pero ella irá porque anhela ser la presidenta de su país. Un deseo inocente, puede que ingenuio , pero simbólico de todo lo que está ocurriendo.

Esther González Couso

publicado por Azul Eléctrico - Cultura Subterránea


(*) En el 2009 Samira Malkhmalbaf estrena El caballo de dos piernas.





Más información entorno a la familia MAKHMALBAF

martes, 21 de abril de 2009

EL PRIVILEGIO DE LA LIBERTAD

Tamaño natural (Luís García Berlanga 1977)





Decía Luís García Berlanga que "para hacer cine hacen falta dos cosas; una cámara y la libertad". El elemento técnico es obvio, pero la plena manifestación del espíritu artístico no llegaría a nuestro país hasta noviembre de 1977. Año en el que se derogó la censura administrativa. Hasta entonces, nuestros creadores intentaban eludirla por medio del lenguaje metafórico, o presentaban su trabajo fuera del país.

La agonía de la Dictadura, la Transición y la etapa de consolidación democrática fueron periodos decisivos para la configuración del actual Cine Español, que reinicia su andadura con el fin de las repulsas inquisitoriales y la apertura del mercado. Un hecho que motiva el estreno de películas que hasta la fecha no habían sido toleradas por el régimen de franquista. Sin ir más lejos, se permite a determinadas salas proyectar cine erótico. Incluso en un mismo día, el 5 de enero de 1978, se estrenan dos títulos míticos clasificados “S”: Enmanuelle (1974) y Enmanuelle 2 (1975) inaugurándose un nuevo circuito comercial en el que tendrán cabida géneros vedados hasta entonces, como el cine erótico y pornográfico, la serie B, el terror o el cine gore. Tipologías marginadas, vinculadas de algún modo a la cultura del cómic y con representantes tan importantes en nuestro país; como Jess Franco (colaborador de Orson Welles, y declaradamente admirado por Tarantino) que se publicita en su momento, fundamentalmente en circuitos underground. Un gran desconocido, con una amplia carrera, que abarca mas de doscientos títulos que van desde lo terrorífico, como Fu Manchu y el beso de la muerte (1969) con Christopher Lee, hasta lo mas lascivo de su etapa “ochentera” con Confesiones intimas de una exhibicionista (1983).

Sin duda, el fervor y la tolerancia de los primeros años de libertad, van a propiciar que diversos realizadores afronten la temática erótica en alguna de sus obras. El cine de esta época se nos presenta ahora, como el testimonio de la efervescencia vital de aquellos años. La sexualidad es plenamente aceptada y con ello las diferentes formas de entenderla. Así Berlanga explorará en Tamaño natural (1977) la relación de amor y fetichismo entre un hombre maduro (Michel Piccoli) y su muñeca hinchable. También Bigas Luna, nos plantea otras imágenes de veneración, con cada film explorará su particular subconsciente, para ofrecernos un fetichismo más conceptual, estético e intimista, que va a desarrollar lo largo de toda su filmografía. En Bilbao (1978) una autentica sorpresa en el festival de Cannes de ese año, nos habla de las obsesiones de Leo, un individuo entregado a sus manías sexuales, que consuma sin ley ni moral. Tampoco parecen personajes precisamente reprimidos los de Pedro Almodóvar, más bien hedonistas, lúdicos y festivos que circularan por las calles de los mas bajos instintos y se muestran “adictos a casi todo”, como sucedía en Laberinto de pasiones (1982). Menos extravagante y con con cierto atractivo, se exhibió el primer Vicente Aranda, que en este periodo todavía dirige algún trabajo elogiable, como Cambio de sexo (1977) con la primera incursión de Victoria Abril en su cine. Eloy de la Iglesia, más mundano, nos habla de Los placeres ocultos (1977) de un alto ejecutivo enamorado de un chico de barrio. Ese mismo año Jaime Chávarri estrena A un dios desconocido, producida por Elías Querejeta y cuyo protagonista (Héctor Alterio) es un homosexual que urde el pasado familiar.
Popular y premiada en San Sebastián, fue la actuación de José Sacristán en Un hombre llamado Flor de Otoño (1978) dirigida por Pedro Olea y escrita en colaboración con Rafael Azcona. Aunque mucho más interesante dentro de la temática del travestismo, es la obra de Ventura Pons, Ocaña, retrato intermitente (1978). Un documental, narrado a través de la historia de José Pérez Ocaña; un pintor naïf, homosexual y travestí. Un andaluz emigrado a Cataluña que fue personaje cotidiano en las Ramblas de Barcelona durante los años ochenta. Un individuo espontáneo, que adoraba el kitsch, el folclore y la religiosidad popular; “un exhibicionista tanto en lo físico, como en lo moral”. Algo que resultó toda una prueba de la brillante eclosión del género en este panorama nacional.Me estoy refiriendo con ello al cine como documento, o si se prefiere, a las locuciones, “Cinema Vérité"o “Free Cinema”, términos utilizados debido al verismo, la inmediatez y la frescura con que opera la cámara. No olvidemos que durante años la exclusiva del “reality” pertenecía al NO-DO, que llegó a editar hasta tres números distintos semanales. El control de la imagen por parte del régimen, impondría muchas barreras a directores como Basilio Martín Patino que retrasó el estreno de Canciones para después de una guerra al año 1976. Ya que el montaje, evocaba la memoria de la posguerra y la dictadura a través de canciones populares y fotogramas reales, que revelaban el sufrimiento de los civiles durante la Guerra Civil. El film formaría con Queridísimos verdugos (1977) y Caudillo (1977) una trilogía comprometida e impactante. Reflejo de unos años, en los que sin duda la vida no era tan dulce como se prodigaba en el noticiario oficial.
Precisamente la cruenta realidad, pero si cabe poética es lo que presenta Jaime Chavarri con El Desencanto (1976), Un descarnado retrato de la decadencia y los enfrentamientos morales de la familia de Leopoldo Panero, poeta del franquismo. El esplendido montaje fílmico fue a cargo de José Salcedo y el trabajo de producción sería una vez mas compartido con Querejeta. En 1994 Ricardo Franco, intentaría reconducir los hechos y mostrar al público los restos del naufragio familiar con Después de tantos años. Poco acertado, en esta ocasión, ya que no supo alcanzar la calidad de la que hizo gala en películas como Pascual Duarte (1976), esta algo lenta y asfixiante pero con una crudeza y un tratamiento de la violencia muy contemporáneo. La misma sensación nos provoca Pilar Miró en El crimen de Cuenca. Un film tremendamente duro y explicito, por el que llegó a ser amenazada con un juicio militar en 1979 dado que mostraba la tortura de los prisioneros por parte de la Guardia Civil. Su estreno también se demoró hasta 1981. Año en el que Imanol Uribe estrena La fuga de Segovia, en un momento, en que el foco de directores vascos se consolida. Existe una política proteccionista por parte de las autoridades vascas y varios creadores orbitan alrededor de la productora de Elías Querejeta. Se popularizarán algunos como Montxo Armendáriz con títulos como Tasio (1984).
A escala nacional, también se produjo el apoyo administrativo por parte del gobierno central pero la apertura del mercado, a la que anteriormente nos referíamos, también supondría el inicio del eterno problema. Nuestro cine, por poner un ejemplo, tendría que enfrentarse a éxitos tan competitivos en taquilla como lo fue E.T, El extraterrestre (1982), por ello el gobierno socialista, inspirándose en el modelo francés, plasmó las medidas de protección en un Real Decreto (12 de enero de 1984). Publicándose lo que se bautizó como “Ley Miró” (inducida por la propia Pilar que se encontraba al frente de la Dirección General de Cinematografía). Este respaldo va a favorecer el reconocimiento y la proyección internacional de obras como Volver a empezar (1982) por la que José Luís Garci recibió el Oscar, el primero para el cine español, y que supuso una encomiable inyección de optimismo y euforia. Víctor Erice con El Sur (1983), Mario Camus con Los santos inocentes (1984) o Fernando Fernán Gómez por El viaje a ninguna parte (1986) son premiados por la crítica nacional o extranjera y cuentan con el plebiscito del público.
En este ambiente llevado a ebullición destaca la escena madrileña, motivada por una serie de circunstancias casuales y talentos originales, que dieron como resultado una especie de “arte total”. Donde todas las disciplinas (la música, el cine, el teatro, el arte, la filosofía, la literatura…) interactuaban en busca de la anhelada modernidad. Se dieron lazos de unión entre los artistas: Iván Zulueta director de cine (Arrebato- 1980), pintor y fotógrafo, diseña carteles para gente como Pedro Almodóvar en Laberinto de Pasiones. Almodóvar que publica artículos en revistas subterráneas como Star, Vibraciones o La Luna , compone con Fany Mcnamara y sus “performance” se convierten en un homenaje al universo domestico pasando por el “glam” y lo “camp”. Por sus películas desfila toda la plana de la movida; Alaska, Santiago Auserón, Carlos Berlanga, Guillermo Pérez Villalta, Costus, Ouka Lele… Además de Carlos Sánchez Pérez “Ceesepe” que a su vez dirigió un corto en 1987 en el que intervenía Susana Hernández, Ouka Lele y Alberto García Alix, titulado Bienaventura “El Bruto” (1987). Fernando Trueba, nos anuncia su afición a la música en Mientras el cuerpo aguante (1982). Un ensayo sobre la vida de Chicho Sánchez Ferlosio, emblema de la canción de protesta y asiduo a las tertulias del filósofo Agustín García Calvo. Por entonces Trueba ya nos había divertido con Opera Prima (1980) dentro de lo que algunos han clasificado como “comedia madrileña”, representada por otros directores como Fernando Colomo, ¿Qué hace una chica como tú en un sitio cómo este? (1978) con una estupenda Carmen Maura.
Pero no todo serían planteamientos humorísticos y livianos, el lado social y marginal lo ofrecía Eloy de la Iglesia, en Navajeros (1980) o Colegas (1982), antecedente en muchos aspectos de la obra de Fernando León de Aranoa.
El cine español se estaba cimentando y ya se intuían buenos cineastas, Julio Medem trabaja el cortometraje (Las seis en punta-1987) , también Juanma Bajo Ulloa , (Akixo- 1988) , Isabel Coixet estrena su primer largo en 1988 ( Demasiado joven para morir viejo) y Agustí Villaronga consigue inquietarnos tremendamente con Tras el cristal (1986).
El cine español, para bien o para mal, se debe en gran medida a estos años. Las reflexiones más criticas creo que pertenecerán a la década de los noventa. Otro capítulo mucho menos interesante, salvo excepciones…



Esther González Couso

Publicado en la revista AZUL ELÉCTRICO - CULTURA SUBTERRÁNEA







miércoles, 18 de febrero de 2009

LA NOUVELLE VAGUE. I



El movimiento cinematográfico francés era en esencia una corriente de directores inconformistas, que no sólo rechazaban los sistemas tradicionales del lenguaje del cine clásico, sino que promovían con sus argumentos; la crítica y la disconformidad con la sociedad del momento.

Agrupados por André Bazin bajo el signo de la `nueva ola ´; François Truffaut Los cuatrocientos golpes, Eric Rohmer Cuentos morales, Claude Chabrol El bello Sergio, junto con Alain Resnais Hiroshima mon amour, Louis Malle Los amantes, Jean–Luc Godard Al final de la escapada y Jacques Rivette La religiosa; denunciaban con sus cámaras; la necesidad del cese de los autoritarismos en la educación, la liberación de las costumbres, los prejuicios religiosos, el reconocimiento de los derechos de la mujer, la libertad sexual , el fin de las guerras...
Un cine de autor; que para mayor desazón de las clases políticas sentaba posiciones en la primera línea del batallón que inundaría a renglón seguido, las plazas y los barrios de la capital francesa en el transcurso de la Revolución de mayo del 68.

Esther G. Couso

miércoles, 4 de febrero de 2009

LA SOLEDAD DE JAIME ROSALES






Siempre produce satisfacción que una película de bajo presupuesto (1.800.000 €), con una salida de 30 copias (reestreno 37), 41.000 espectadores y una discreta comercialización en DVD, resulte la máxima ganadora de la XII edición de los premios Goya otorgados por la Academia de Cinematografía Española. Un organismo poco dispuesto al riesgo, pero que sin embargo en esta ocasión ha valorado la especial necesidad de apoyar al cine independiente, de autor o cómo ustedes quieran etiquetarlo (si es que desean hacerlo). Un reconocimiento que le ha permitido a Jaime Rosales salir del ostracismo para pasar a conseguir en estos días cierta popularidad, pese a defender un estilo austero y desnudo, capaz de de invadir el alma y la conciencia hasta dejarnos k.o. y desahuciarnos vitalmente. Maneras y desazón que ya estaban en su primer largometraje: Las horas del día (2003), un retrato del hastío existencial interpretado por un grandioso Alex Brendemühl y donde ya aparecen como constantes la incomunicación y la ruptura violenta de la cotidianidad. Parámetros que lo comparan con Von Trier o con Haneke, que al igual que el director catalán, militan en la oposición al establishment norteamericano y al happiending, para que reflexionemos en torno a la conducta humana desde un prisma naturalista y con el que podamos identificarnos.


De este modo no es casualidad que Rosales escoja a actores con una imagen mediática poco explotada. Así, en La soledad (2007) nos acercamos con empatía a las dos historias que se van entretejiendo: la de Antonia (Petra Martínez) y la de Adela (Sonia Almarcha).La primera es la de una madre que intenta mantener la armonía familiar entre sus hijas, mientras asume el paso de los años. La segunda es la historia de otra madre, Adela, madre soltera, que decide cambiar sin aparentes explicaciones una tranquila vida rural para irse a vivir a Madrid con su bebé, compartiendo piso y trabajando como azafata de eventos. Un periplo común a casi todas las provincias de nuestro país y habitual en tierras leonesas, en cuyo ámbito (zona Cistierna-Sabero) se desarrolla su pasado y al que decide poner fin para comenzar con una nueva vida en la que dramáticamente nada volverá a ser igual. En este sentido Rosales no busca que la juzguemos, ni ahonda en las razones que la empujan a hacerlo, si no que todo ocurre como un golpe seco y certero.

Como en la realidad, la vida se muestra en el film como un "tira y afloja" de vicisitudes y una constante lucha entre contrarios: entre lo urbano y lo rural, la tradición y la modernidad, el amor y el desamor...Para dejarnos de repente desnudos al amparo de la única certeza que tenemos: la muerte. Ante la que nadie nos prepara "Antes -dice Rosales- el tabú era hablar de sexo, hoy es hablar de la muerte". En la sociedad mediática del placer hedonista y el éxito, no hay un lugar para ello. Como tampoco lo hay para encontrarnos cara a cara con la soledad, pese a que los momentos más decisivos de nuestras vidas sean los más solitarios.

Esta soledad existencial es el hilo argumental de ambas historias y aparece reforzada notoriamente en el aspecto formal de la película con la Polivisión, un recurso que surgió hacia los años 60, en el ámbito de los "Nuevos Cines" y que consistía en dividir la pantalla en dos secciones con planos diferentes para enseñarnos por ejemplo, lo que ocurría en dos estancias o sustituir el tradicional plano-contraplano de un diálogo, por la simultaneidad de dos rostros en una pantalla fragmentada por un eje. Que como digo, en La soledad, es una barrera más, a la unión emocional entre los personajes. Pero que sin embargo nos permite a nosotros cómo espectadores colocarnos perfectamente en su lugar y ser excepcionales voyeurs de todo lo que pasa, sin perdernos el menor gesto. Aspectos que dan a la obra un enorme realismo, que no deja de sorprendernos pese a que el propio cine es un ejercicio de artificio. Maestría en la toma de las secuencias, con imágenes artísticamente detalladas, como si se tratase de un pintor flamenco contemporáneo, actores bien dirigidos e importantes valores éticos, son las armas con las que Jaime Rosales apunta a nuestra sociedad. Trascendencia que comparte con una generación radicalmente sensible que nos devuelve la ilusión por un cine de calidad que durante este año ha visto reforzada su autoestima gracias a pequeñas joyas como; Yo de Rafa Cortés, Días de Agosto de Marc Recha, En la ciudad de Sylvia de José Luís Guerin, o El silencio antes de Bach de Pere Portabella, veterano director e instigador de un espíritu de unión generacional que esperamos continúe saciando como hasta ahora nuestro apetito cinéfilo. El optimismo y la esperanza, como en La soledad, es lo que nos mantiene...

lunes, 26 de enero de 2009

EL "SIMULACRO Y LA SIMULACIÓN" EN MICHAEL HANEKE





“Los simuladores de hoy en día intentan que todo lo real
coincida con los modelos de simulación"


JEAN BAUDRILLARD



Tras esa semblanza de impoluto ciudadano, cordial, apacible, de mirada despierta y enorme sentido del humor que posee Michael Haneke (Munich, 1942), se oculta la reflexión más sincera e inquietante, que ha dado el cine postmoderno, de la incierta condición humana. Capaz de subyugar al espectador hasta el límite, su trayectoria le sitúa en un puesto destacado del cine europeo, a la altura de cineastas como Lars Von Trier o Michael Winterbotton.

Vienés de adopción, Haneke es licenciado en Filosofía y Psicología y aunque su incorporación al cine fue tardía, el trabajo que realizó en el teatro y la televisión, le sirvió para descubrir su propio lenguaje cinematográfico. Sus veinte años rodando telefilms no evitaron, sin embargo, que terminara detestando la propia falsedad del medio. La televisión nunca podría según el mismo Haneke, ser una forma de arte, porque operaba según las expectativas del público.
Entusiasta del director Robert Bresson, porque “captaba lo que escapaba a la mirada ordinaria”, su estilo también recibió el impacto de Pier Paolo Pasolini. Con Saló o los 120 días de Sodoma (1975) sintió tal conmoción que su brutalidad le llevó a comprender el significado de la violencia. Una violencia que en el caso del director austriaco jamás será gratuita. Sus “perversiones ópticas” ,como diría Román Gubern, sirven de catarsis al espectador, que expuesto continuamente a la imagen violenta y a la manipulación de los medios de comunicación, ha perdido la objetividad y su capacidad de crítica. En palabras de Michael Haneke, se trata de “cómo hacer ver a la audiencia su propia posición en relación con la violencia y con su representación”.
Interesado por realizar un cine naturalista, de personajes cercanos y reales, su debut en la pantalla grande se da con El Séptimo continente (1989), basada en una historia real que sucedió en el seno de una familia vienesa, decantada por el suicidio colectivo ante la imposibilidad de seguir con la carga que supone vivir en un mundo que no soportan.
Un retrato social crudo de difícil digestión que tiene lugar, precisamente, en el interior de esa célula inquebrantable que es la familia, capaz de hacer cualquier cosa, con tal de mantener intacto su núcleo (incluso caer en la aberración de encubrir a un psicópata adolescente por miedo a que “le jodan la vida”, como sucede en El video de Benny, 1992).De nuevo, con Funny Games (1997), explorará los límites de la conciencia y de la capacidad del sufrimiento humano a través de la historia de una familia torturada por una pareja de jóvenes, lo que le valió la fama a Haneke de director nauseabundo capaz de provocar desmayos y escapadas pavorosas. Tal como sucedió con el estreno de La Pianista (2001), interpretada por una memorable Isabelle Huppert en el papel de una atormentada profesora de piano, presa del yugo materno y de la asfixiante sociedad austriaca. Situación que le conducirá a iniciar un juego de pasiones perversas, degradantes y sadomasoquistas que derivaran en una mutilación genital. Una autolesión tan incómoda como la que en su día nos ofreció el maestro Bergman en Gritos y susurros (1972).



Algo más sutil en cuanto a impacto visual, es su última película Caché (2005). La más “francesa” de sus producciones se alza bajo la cuestión de ¿qué ocurre cuando alguien amenaza nuestra supuesta comodidad? Pues bien, Haneke, lejos de dar respuesta directa a nuestras inquietudes, nos introduce en la vida diaria de una familia acomodada (de nuevo una familia) que ve alterada la paz de su hogar al descubrir que alguien graba su intimidad. Como en Carretera Perdida (1996) de David Lynch, la vida de los personajes se verá trastocada al recibir unas cintas de video acompañadas de macabros dibujos. Esta anónima persecución le servirá a Haneke de hilo conductor para indagar en la idea de culpa, en las causas que llevan a buscar culpables y en la necesidad de rectificar los errores pasados para que la historia no se repita. Como fondo a la película, las secuelas de la guerra de Argelia, una mentira que en su día fue tapada por el Gobierno Francés, que se negó a reconocer las torturas y ejecuciones sumarias de ciudadanos argelinos durante la guerra de independencia de ese país. A colación (permítame el lector este inciso), este año se presentaba en la Seminci de Valladolid, Days of Glory (2006), del director Rachid Bouchared, un homenaje a los 130.000 soldados norafricanos que lucharon junto a las tropas francesas durante la 2ª Guerra Mundial. Argelinos anónimos, que defendieron la libertad en un país desconocido mientras otros soldados franceses se colgaban las medallas.
Precisamente en Caché se habla, como decimos, de la posibilidad de reparar el pasado, aunque el personaje central, concebido magníficamente por Daniel Auteuil, prefiera salir corriendo. Tal vez porque entienda que lo mas cómodo es vivir en la mentira.
Para Haneke los poderes mediáticos han respondido siempre a una tergiversación interesada de la historia, las audiencias han preferido “escondernos” ciertos acontecimientos, así que tal vez, nunca llegaremos al conocimiento de la pretendida verdad. La realidad es un simulacro alimentado por la “hipertrofia de los medios”, parafraseando a Baudrillard: en “La histeria de nuestro tiempo, es la histeria de la producción y reproducción de lo real”. Así que, ante la imposibilidad de redescubrir el nivel absoluto de lo verdadero, tal vez, la sinceridad y el compromiso de algunos cineastas como Michel Haneke, sea de las pocas cosas autenticas que nos queden.



Esther G. Couso
Publicado por AZUL ELÉCTRICO-CULTURA SUBTERRÁNEA nº 4 (2006)



jueves, 15 de enero de 2009

Basilio Martín Patino: el espejo de la historia y el juego de ficciones



Basilio Martín Patino es, sin lugar a dudas, uno de los personajes clave en los denominados “Nuevos Cines” de los años setenta. Director de películas tan míticas como Nueve cartas a Berta (1966) o Canciones para después de una guerra (1971), fue además el impulsor de las legendarias Conversaciones de Salamanca (1956), un encuentro de cineastas que pretendía establecer unas directrices de diálogo entre los creadores y la censura. Posteriormente llegaría a ser muy crítico con los resultados de la convención.

Su espíritu contestatario y rebelde le ha convertido, desde sus inicios, en una de las mentes más originales y portentosas de nuestro cine. Una maestría que vino a demostrar de forma temprana con la dirección de dos magníficos cortos: Torerillos y Noveno (1963) que, rodados en clave documental y cámara en ristre, se aproximaban a la frescura del “Cinema Vérité” francés. Todo, para ofrecernos un debate sociológico acerca de la continuidad de la fiesta taurina en nuestro país. Ese conflicto que enfrentaba a la España tradicional y arraigada, con una nueva juventud que ansiaba aires de modernidad y tolerancia. Una necesidad que también late imperiosa en el trasfondo de Nueve cartas a Berta: que es la historia de Lorenzo (Emilio Gutiérrez Caba), un joven estudiante salmantino que viaja a Inglaterra y conoce otras formas de entender la vida. Allí se enamora de Berta (Elsa Baeza), la hija de un exiliado. Después llegará el fatal regreso y la frustración que sólo alivian los recuerdos y unas pocas cartas a aquella Berta idealizada y que habitará para siempre en el recuerdo. Pasión lejana e imposible que comparte añoranza con Hiroshima Mon Amour (1959) de Alain Resnais. Luego vendría la escapada liberadora de Lorenzo “al cielo de Madrid”. Una huida que también protagonizó el mismo Martín Patino, para dejar atrás aquella Salamanca maternal y protectora donde había vivido como un niño privilegiado por el franquismo.

Esa situación supuso para él una carga moral que intentará redimir con la construcción de la llamada Trilogía de la Guerra, un discurso evocador del lamentable pasado histórico. Rodadas en clandestinidad, Canciones para después de una Guerra (1971), Queridísimos verdugos (1973) y Caudillo (1974) se acabarán convirtiendo en un homenaje colectivo que la democracia hacía a la dignidad de los que perdieron la guerra y a cuantos en ella sufrieron. La gente de todo signo político acudió a los cines para ver Canciones…, lo que quizás significaba, como alguien dijo, “El estreno de la libertad”. Aunque también un doloroso encuentro con la hambruna, la miseria y la sinrazón. En ese mismo espacio tendrá cabida también la brutalidad de la especie humana, como veremos en el escalofriante testimonio de los matarifes de Queridísimos verdugos. Ejecutores de garrote vil que actuaban en la España del “gran caimán”. Las imágenes de Franco extraídas del NODO y de archivos extranjeros inéditos, cierran el magnánimo conjunto histórico.

Con posterioridad vendría Madrid (1987), un intento de adecuarse a los tiempos y capturar la esencia de la capital en los años posteriores a la caída del régimen. Ciudad insinuante y contradictoria, donde se cruza lo moderno y lo castizo, sutil seductora que siempre atrae “forasteros complacidos”. Como ese Hans, un realizador alemán que llega para realizar un documental sobre las consecuencias de la Guerra Civil y la nueva vida de los españoles.

Mucho más lograda se muestra La seducción del caos (1991), un verdadero juego de ingenio que pone sobre la mesa el eterno dilema postmoderno en el que nada es lo que parece. En él, Hugo Escribano (Adolfo Marsillach) es un intelectual fascinado por el arte y principal sospechoso de un asesinato sin resolver. Una serie de pistas afortunadas nos llevarán a averiguar el culpable. Mientras, diferentes alteraciones del raccord, expuestas en clave televisiva, nos sitúan ante el fraude de las falsificaciones de obras de arte (Fakes). La disyuntiva surgirá a la hora de enjuiciar el goce estético. La pregunta es, si causan el mismo placer que las originales, “¿Serán las cotizaciones un factor tan importante en la estimación estética del arte?”. Por entonces ironía y sarcasmo se apoderarán del resto de su filmografía. Para el autor, hacer cine supondrá una manera de cuestionarse lo incomprensible y “romper espejos, apariencias y autoafirmaciones”, alejándose para ello de tradicionalismos obsoletos.

Los siete capítulos que comprenderán la serie Andalucía, un siglo de fascinación (1996), indagarán en la Historia (como en El grito del Sur : Casas Viejas) y en los tópicos de lo andaluz y de lo hispano (Ojos verdes) exigiendo al espectador un ejercicio de mayor inteligencia, sobre todo por que mezclará las imágenes y datos reales con ficciones para construir una sarta de mentiras verosímiles. Un simulacro, próximo al Buñuel de Las Hurdes, Tierra sin pan (1933), que pretende liberar al espectador del condicionamiento de lo histórico, para que cree éste su propia interpretación de los hechos.

En este sentido, Patino se sumerge en otra aventura arriesgada, pero sus obras, no lo olvidemos, son ficción. Una ficción redentora que nos habla de la necesidad de purificarnos y olvidar el pasado. De renacer quizá, como en Octavia (2002), desnudos a lomos de un caballo blanco, metáfora de la otra añorada libertad.


Publicado en la revista Azul Eléctrico - Cultura Subterránea (nº9-2009)